sábado, 18 de abril de 2015

La evolución de la familia china

Hace poco leía una noticia de hace varios años que me sorprendió. Tenía que ver con un concepto que no había escuchado jamás, el de la piedad filial, o, según ciertos preceptos del confucionismo, el respeto y apoyo mutuoque debe profesarse entre dos individuos de distinto rango jerárquico.
En este caso, el rango jerárquico no era otro que la relación padre-hijo. Y el problema, la falta de piedad filial. Al parecer, el estado de abandono de muchos ancianos había obligado al gobierno Chino a tomar medidas. La supuesta solución llegó en forma de ley que obliga a los hijos de padres mayores de sesenta años a encargarse de su bienestar, visitándolos de forma regular, so pena de multas e, incluso, cárcel.

Confieso que en un principio no entendí muy bien la noticia y lo aparentemente desmesurado de la medida. Un poco de investigación me sirvió para comprender hoy en día que China se enfrenta a un verdadero problema: la contraposición de la concepción ancestral de familia como núcleo perfectamente unido de la sociedad y los nuevos estilos de vida (en especial en las ciudades).

La importancia de la familia en China viene de antiguo. Su sociedad, ligada estrechamente a las enseñanzas del confucianismo, se estructuraba de forma muy jerárquica, según cinco relaciones básicas: entre gobernantes y gobernados, entre padres e hijos, entre maridos y mujeres, entre hermano mayor y hermano menor, y entre amigo y amigo.  En este canon confuciano, las relaciones familiares cobran una relevancia que sólo supera la de el Estado. Dado que tanto el entorno familiar como el social y de gobierno compartían una jerarquía muy similar, se llegó a interiorizar la idea del estado como una gran familia para todos los ciudadanos. Eso ayudó a afianzar la institución familiar como la base de la sociedad china.

El sistema de parentesco de la familia tradicional china era patrilineal, lo que quiere decir que el protagonismo recaía en los descendientes varones y del lado paterno. La familia materna era considerada algo externo, y las relaciones con sus integrantes, distante. Cada persona dentro de la familia ocupaba un rango específico, siendo el más alto el del cabeza de familia o el hombre de mayor edad, quien se encargaba de la administración de la unidad familiar, entre otras cosas. Las esposas solían trasladarse al hogar de sus maridos, quedando bajo la tutela de sus suegras.

Este sistema se mantuvo casi intacto hasta mediados del siglo XX. En 1950, la ley de Matrimonio declaraba la igualdad de derechos sin distinción de sexo, no reconocía a un “jefe de familia” y prohibía los matrimonios arreglados, la interferencia en el matrimonio de las viudas, el compromiso de los niños y el pago de dote. Se hacía obligatoria la monogamia y se permitía el divorcio en igualdad de condiciones.
Con esto se buscaba una renovación de los viejos valores relacionados con la familia, que resultaban inaceptables en un nuevo marco político y económico. La transición de este sistema patriarcal y jerárquico, opresor con las mujeres y los jóvenes, resultó lenta y difícil, en particular en las áreas rurales.

Esta adaptación progresiva no mejoró con la adopción, en 1979, del sistema de responsabilidad familiar. Según esto, cada familia recibiría un lote de tierra para su cultivo, lo que convertía el trabajo familiar en la base de la economía doméstica. Esto supuso una necesidad acuciante de hijos varones que trabajaran la tierra y dieran sustento a sus padres al alcanzar la vejez. Al mismo tiempo, el Estado adoptaba la famosa política del hijo único, con el objetivo de controlar la población. El resultado de estas dos políticas unidas fue un empeoramiento considerable de las condiciones de las mujeres (consideradas una carga al ser una boca más que alimentar que, más tarde, abandonaría el hogar para formar parte de la familia de su marido). Ello se tradujo en un aumento del infanticidio y abandono de niñas en las zonas rurales.

La nueva ley de Matrimonio de 1980 trató de consolidar los principios establecidos en 1950 y añadió dos nuevas formas de control poblacional: el incremento de la edad mínima para contraer matrimonio (20 a 22 en los varones, 18 a 20 en las mujeres) y la adopción de nuevas disposiciones sobre la responsabilidad de la pareja en la planificación familiar.
Los años noventa sirvieron para revisar la antigua ley de Matrimonio. El enorme impacto que tuvieron las políticas de control poblacional en las familias (y sobre todo en las mujeres) obligaron al gobierno a dar marcha atrás y permitir a las parejas tener otro hijo si el primogénito era de sexo femenino.

Finalmente, en 2002 se promulga la ley de Población y Planificación Familiar, donde simplemente se recomienda (y no se exige) tener un solo hijo, se deja patente el impacto negativo que las políticas han tenido sobre las mujeres y trata de mejorarse su situación mediante la educación y las nuevas oportunidades de trabajo. Se prohíbe el maltrato a las mujeres que dan a luz a niñas o que son infértiles y el examen prenatal para determinar el sexo es prohibido.

Las consecuencias de todas estas medidas son evidentes hoy en día. El 98,6% de las parejas en China sólo tienen un hijo, lo que conduce a un envejecimiento cada vez más acelerado de la población. Este envejecimiento, unido a la incorporación de la mujer al mundo laboral y a las dificultades económicas, ha provocado que un gran número de ancianos queden desamparados.
Y de ahí la noticia que comentaba al principio.

Así pues, tal vez el tratar de castigar a los hijos que se desentienden de sus padres y mayores podría considerarse no sólo un intento de mejorar la calidad de vida de estos últimos, sino también una forma de aferrarse a esa piedad filial, a aquello que hacía a las familias un núcleo unido, la base fundamental de la sociedad china.




Alba M.

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